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martes, 24 de julio de 2012

John Coltrane: si Dios existe, se llama Crescent


Cuando una garganta atemporal abre sus fauces al destino, cuando las cuerdas vibran en una profundidad sobria pero inmensa, detrás del aterciopelado sonido que emerge del silencio sepulcral y del tempo maniqueo en donde solo descansa la Creación, vivirá siempre John Coltrane y su inadjetibable Live in Japan.

El 11 de Julio de 1966, mientras en Vietnam el agente naranja auspiciaba las entonaciones de la muerte, Shinjuku Kosei grababa el Crescent un 11 de julio de 1966. Allí, John Coltrane y su saxos milenarios, Pharoah Sanders aportando el alto y el tenor a la vez que su bajo clarinete silbaba compañía, Alice Coltrane al piano, Jimmy Garrison al bajo más entraña de cuantos podamos oír  y a Rashied Ali en batería, decidieron hacer de la música la sublimación de cuantas espiritualidades aspiremos a experimentar.

En esto de las artes hay muchas teorías, casi todas obsoletas y anquilosadas en lo que no sucedió, es decir ausentes de la realidad tónica puramente asimilada desde los sentidos. Creen que la razón explica a Dios, cuando es simplemente cuestión de ser o no ser en la creencia. Sin dilatarnos cual madre a punto de parir, creemos que, por el contrario, siendo el arte, el alimento del espíritu, aquello que siempre seremos aún sin conciencia, la creación es sensible o no será más que un manual en donde los esnobs de turno acuñan frases hechas sin el menor contacto con lo sensible.

Fue Proust quien nos enseñó a conocer  a partir del tacto, los olores, el oír. En este sentido, quien busque a Dios como ejemplo de la misma creación del entorno próximo, encontrará en el Crescent de John Coltrane una prueba irrefutable del posible levitar mientras los acordes subliman y narran las historias vividas junto a las que auspiciarán la vitalidad futura.

Es una narración, un enjambre, una espiral en donde el tiempo cae en una deriva sin sosiego ni explicación lógica. A la vez que inteligible –por subversivo-, resulta alma, deseo, carisma y repetición de un eterno retorno que no es hoy, ni ayer, ni nunca, más bien se acerca al siempre.

Intelectualizar sus casi 55 minutos es tan absurdo como ponerle puertas al mar. Tampoco es recomendable porque el viaje hacia esta pieza musical ridiculiza todos los conocimientos académicos. Espacio de lo sensible, exhortación al viento que te acaricia la piel y te encumbra hacia el cielo, siento y creo en Crescent como no creí jamás en Dios, que si existe, descansa en la esencia misma de esta obra.

Ivar Matusevich

1 comentario:

  1. Ivar, tengo que reconocer que me cuesta entender tu artículo. Sin embargo, simplificando mucho, creo que probablemente compartimos la convicción de que la música habla a todo nuestro ser, espíritu incluido. Y que hace feliz. Aunque las distintas músicas nos llegan de distintas maneras. Por ejemplo, sin dudar de que Coltrane sea un músico importantísimo y buenísimo, a mí me resulta dificil - aunque sus baladas sí me llegan y me resultan muy hermosas.

    En cuanto a Proust, sólo he leído su "En busca del tiempo perdido" (no sé si recuerdo bien el titulo), que me pareció muy bueno, pero que aun así no es de los libros que más me han marcado. Ni a mí ni a la gente que conozco nos ha enseñado a "conocer a partir del tacto,los olores, el oír...". Nos apasione la literatura y la música o no, pienso que lo más importante para conocer es tener curiosidad y cierta humildad, y prestar completa atención a lo que vemos, oímos, o leemos.
    Un saludo.

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