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jueves, 27 de septiembre de 2012

A Prestes
(Mi galgo)


Has muerto, silencioso amigo mío, has muerto...
¿En que prados profundos te hundiste para siempre cuando llovía oscuramente?
-Marzo, anoche, apagaba la sed larga...

Tu cabeza, tras el último suspiro, quedó más fina aún en la línea final.
Y era como si corrieras acostado un no sé que fantástico que huía, huía...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, has muerto...
Cuántos minutos claros, cuántos momentos eternos, contigo,
compañero de mis mañanas cerca del agua, de mis atardeceres flotantes...
en el dulce calor, en el viento de las hierbas, en los filos del frío,
en la luz que se despide como un infinito espíritu ya herido...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, cómo nos entendíamos...
Esta tarde hubiéramos salido a mirar los oros transparentes, casi íntimos...
¿Que veías allá, sobre las islas, cuando enhestabas las orejas?
¿Y te tocaba el blanco alado de la vela lejana?
Oh, los perfumes de las gramillas y de la tierra, que ríos de éxtasis!
Y tu tensión cuando algo corría abajo...
Duro de mí, estúpido de mí, que te contenía sobre las traseras patas sólo,
vibrante en tu erguida esbeltez apenas...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, compañero de mi labor...
Echado a mi lado, las horas lentas, alzabas de repente tus ojos largos,
ay, llenos de signos sutilísimos, y a veces,
una tenue luz que venía no se sabe de dónde humedecía su melancolía sesgada...
¿En que secretas honduras sentías entonces mi mirada?
(Qué distraídos somos, qué torpes somos para las humildes almas que nos buscan
desde su olvido y quieren como asirse de una chispa, siquiera, ínfima, de amor...)
Se hubiera dicho que emergías dulcemente de un seno desconocido
y que una serenidad ligera te ganaba así en un extraño mundo seguro...
El noble hocico, luego, se aguzaba todavía más entre los delgados remos, contra el suelo,
en esa actitud de los cuadros antiguos, de triste husmeo extático...
En ocasiones, "las palabras" no admitían dilación y debía apartar el libro o la cuartilla
para llevarte al sol de la placita y a los pastos mojados...
Encuentros dolorosos solían hacer perder la gracia del rocío y de los descubrimientos menudos:
unos gatitos abandonados, recuerdas? que tu lamías aunque con cierto desdén y que yo recogía,
una débil queja de animalito herido por ahí y al que había que asistir,
o un hombre todo rotoso dormido en "el cañón", la cabellera de ceniza en un solo destello...
Pero asimismo bajábamos hasta la arena y los diamantes del río:
oh, la buena plática con los pescadores pobres mientras tú entre nosotros
te cincelabas, podríamos decir,  en esa manera también de tus hermanos al pie de los sitiales regios...
Atento, las delicadas orejas hacia atrás y la sensitiva cabeza alzada y el fuerte cuello de cisne todo
                                                                                                                                             (heráldico

eran quizás tus minutos de armonía en el fluido de la armonía inmediata que debías sentir...
Igual misteriosa paz entre los amigos sentados o caminando sobre la barranca vespertina:
verdad Julio, verdad Emilio, verdad Marcelo, verdad Alfredo, verdad Carlos, verdad Israel?
Y el ímpetu cordial que iba hasta el llanto y se empinaba hasta los hombros y la cara
para la caricia brusca y alegre que se abría con cierta angustia, temblando...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, percibías el hálito
de los sentimientos que querían acordarse en mí con la hora prima
y sus flores fugitivas y sus penumbras fugitivas hacia el tierno desleimiento celeste
cuando nos deteníamos en el camino amanecido y yo miraba a mi izquierda las nuevas colinas de
               .                                                                                                                           ( Octubre?

Tu paso se hacía después más rítmico, más danzante aún para acordarse al mío ilusionado...
El pensamiento de los pueblos asaltados, pero de pie, aunque horriblemente sangrando,
caía a veces como una inmensa nube trágica sobre los puros cambiantes en que se encendía el alma e                                                                                                                                                  (misma...
No sé por qué entonces te pasaba la mano por la cabecita sorprendida
y volvíamos con más lentitud algo ajenos los dos, sí, los dos, a la aérea "féerie".








(Continuará)
                                                                                                                                                                      





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2 comentarios:

  1. Juan L. Ortiz, un fragmento de su largo poema "A Prestes", del libro "La brisa profunda".

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  2. Leyéndolo y pensando en mi perrillo, casi me hace llorar.

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