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jueves, 14 de marzo de 2013

"Aquí realmente no echo de menos nada": Entrevista con Patricia Alonso


Aunque el espíritu se me ensancha sobre todo en el campo, y en mis fotos aparecen más rocas y árboles que gente, también me interesan las personas. Y aunque esto es un pueblo, también aquí hay tantos individuos con distintas ideas, experiencias, conocimientos y formas de vida. Quisiera poder reflejar algo de esta variedad en una serie de charlas/entrevistas con diferentes personas que viven o pasan temporadas en Navaluenga.

Inicio la serie con Patricia Alonso, a quien conozco desde que vine a vivir en el pueblo hace unos 13 o 14 años, cuando ella tenía doce años. Ya entonces - e igual que toda su familia – llamaba la atención por estar siempre tan atenta y amable. Era, y es, de las personas que disfrutan aprendiendo. Yo le daba clases de inglés, clases que pronto empezaron a ser de conversación sobre una gran variedad de temas, pero desde su primer año de bachillerato sobre todo de psicología. Esto fue lo que decidió estudiar luego en la Universidad de Salamanca. Ahora, con la carrera terminada – más un Master en Formación del Profesorado, y un curso de postgrado de Dirección y Gestión de Recursos Humanos – ante la dificultad de encontrar un empleo ha vuelto al pueblo.
      - Después de tanto esfuerzo, y tanto dinero invertido, es bastante decepcionante que no encuentres ningún trabajo. Y el hecho de que tienes 25 años y todavía tienes que ser mantenida por tus padres también pesa, reconoce.
Aún así, no se deja desanimar; siempre es muy activa. En verano ayudaba a su familia en el supermercado DIA, y ahora desde hace unos meses va todos los días a El Tiemblo a un Curso Administrativo Polivalente para Pymes, que organiza el INEM.
Y la vuelta al pueblo no ha sido mala:
- Pensé que me iba a aburrir mucho. Pero luego empecé  a hacer cosas y ahora no me llega el tiempo para todo. Aquí realmente no echo de menos nada, además tengo muchos amigos que se encuentran en la misma situación que yo, y que también han vuelto.
Quizá lo único que le falta, admite, es la independencia que disfrutó en Salamanca. Pero si encontrara un trabajo aquí, y pudiera alquilar o comprarse una casa, le gustaría quedarse en Navaluenga.
- Me gusta la tranquilidad, la cercanía de mi familia, y que la gente en general se conoce. Además tenemos casi todos los servicios importantes aquí, y hay muchas cosas que hacer.
El anonimato de las grandes ciudades no le atrae mucho, y cuando sugiero que quizá en un pueblo como Navaluenga a veces uno puede estar en contacto con una variedad más grande de gente – al menos en cuanto a la edad - que en una ciudad (se me ocurrió al estar hablando,  contrario a lo que yo y la mayoría solemos pensar), está de acuerdo conmigo.
- En Salamanca veía a mis amigos de la universidad, pero no me veía con nadie de fuera de ella.
Cuando le pregunto qué piensa sobre la democracia en el pueblo, si piensa que la gente se entera de lo que pasa, sí participa, me responde:
- Pués, yo no me entero de casi nada, estoy muy desconectada. La política no me interesa,  pienso que se pierde muchísimo tiempo en reproches e insultos mutuos.
Y luego me escucha – con su habitual atención – cuando yo le hablo de las diferentes concepciones de política; de como para mi la política no se restringe a los partidos y las peleas personales (¡tan aburridos!), sino que trata de cómo organizar la sociedad – de educación, de economía, de medio ambiente... De qué consecuencias cada decisión tiene tanto a corto como a largo plazo.
Después le pregunto qué piensa sobre el futuro.
- No sé. Pinta un poco negro. Pero aun así, yo prefiero ser optimista. Creo que esto se arreglará.
¿Cómo? ¿Ve algún indicio que inspira ese optimismo? Le confieso que yo soy más bien pesimista, que pienso que la sociedad está caminando en la dirección equivocada. Y que durante toda mi vida adulta (que considero empezaba más o menos a los dieciocho años) he estado dando vueltas a la pregunta de cómo vivir en un mundo con cuyos fundamentos no estoy de acuerdo, y qué hacer para contribuir a algún cambio positivo.
Y ella me dice:
- Al escucharte me doy cuenta de que consciente o inconscientemente suelo pensar “que lo resuelvan los otros”, que nunca me he planteado la pregunta “¿Y qué puedo hacer yo?”. Mi vida se ha saltado por completo ese punto.

 Para hacer la foto, le pregunto cuál es su sitio preferido en Navaluenga. “El río”, me responde sin titubear.

(Lena)

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