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viernes, 28 de septiembre de 2012

A Prestes
(Mi galgo)


Te trajeron del campo, allá, pero tus padres llegaron del otro lado del mar, llenos de laureles.
El amigo gentil quiso rendir en ti un homenaje al héroe de la épica Marcha.
Y a fe que tu coraje, aunque ciego, tenía algo del del caballero, pero del del caballero antiguo, es cierto.
De mirar tu estampa se sabía que tu sangre venía de lejos, de muy lejos,
no del rubio país sino de los desiertos arábigos, por tu finura barcina.
Perfecto de gracilidad y de fuerza, tus menores gestos decían
de tu añejísima nobleza ganada sobre la arena tras las gacelas de la luz.
Todo en ti se concertaba como en un poema para un vuelo rasante de flecha,
y eras tensión ceñida o libre igual que en un poema...
Tu infancia fue feliz de saltos y de juegos con el Dardo, tu amigo,
el lebrel aquel de Italia muerto trágicamente en una lucha desigual,
y no había cañadas anchas ni árboles juntos para la casi alada geometría de tus vértigos,
ni  había corriente poderosa para tu pecho afilado y tu flexible gracia serpentina...
Cerca del río inmóvil, allá, empezamos a querernos en los silencios pálidos
llorados por los sauces medrosos o subrayados frágilmente por los plátanos...
Sobre los caminos, medio idos ya, tu marcha, a mi lado, era leve, de fantasma...
Y acaso tu también recogías lo que decían los follajes entre las flores de arriba y abajo que nacían...
El idílico sol de la ribera nos encontraba siempre puntuales, junto a las primeras cañas de pesca,
y el arrabal de la costa cuando la brisa última lo ajaba: ¿ era sólo de sueño?
Oh, las figuras hieráticas de los portoncitos de ramas
y los chicos mudos, espectrales, atravesando el baldío hacia el rancho de la orilla...
Tu juventud fue luego de anchas pistas, de los grandes potreros con cardos de Carbó.
En la mañana iluminada de cardos caminábamos esquivando las espinas,
--una culebrilla, de repente, irisaba su rápida cinta a nuestros pies-
tú más cuidadoso y desconfiado que yo, levantando delicadamente las patas,
pero algo saltaba cerca y el alambrado entero sonaba como un arpa,
cuando no lo sobrevolabas y eras todo vueltas breves, increíblemente elásticas...
--Celebraba, mi amigo, que la liebre al fin no fuera tuya...

Larga fue tu enfermedad y tu latido profundo se hizo delgado, casi una queja ya...
Oh, esta queja, oh, tu llamado débil, cuando sentías acaso que "la sombra" venía
y requería a tu lado las familiares presencias queridas...
Duro de mí, estúpido de mí, que a veces no prestaba suficiente atención a tu llamado
ni lo entendía en su miedo de la rondante noche absoluta, de la marea definitiva,
miedo de hundirte solo, sin la luz del "aura" amada junto a la ola fatal,
tú, el de la adhesión plena, el de la estilizada cabecita beata sobre la falda, sentados a la mesa
o leyendo yo sin haberte mullido el sueño fiel al lado de la silla...

Ay, oigo todavía tu llamado, tu llanto débil, impotente, de una imploración seguida...
Las voces no estaban lejos pero las querías alrededor de ti contra el silencio que llegaba...

Ay, oigo todavía tu llamado, tu súplica latida como desde una medrosa pesadilla,
mientras mi corazón lo mismo que tus flancos, sangra, sangra, y Marzo, entre las cañas, sigue
                                                                                                                            (lloviendo sobre ti...













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1 comentario:

  1. Juan L.Ortiz, "La brisa profunda", fragmento final del poema "A Prestes".

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