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viernes, 29 de julio de 2016

Algo de un compañero de Argentina y referido a la situación política de ese país, pero que me gustó, con lo que coincido, y cuya idea central creo que tenemos bastante en cuenta en Podemos.

Para la necesaria —y urgente— reconstrucción del campo popular, nos merecemos un debate sincero y abierto acerca de lo que nos sucedió en los últimos años. Es evidente que, a pesar de la evidente voluntad de dialogar y reencontrarnos, el panorama actual en los ámbitos de la militancia no sólo revela la persistencia de la fragmentación, sino además un amplio muestrario de discusiones fragmentadas, tal vez demasiado acotadas al ámbito en el que opera el interés de los grupos. Las consecuencias están a la vista. La más importante es que nos encontramos inermes ante el actual embate del imperialismo norteamericano que procura reestablecer su hegemonía en la región. Necesitamos recomenzar una vez más, y sea bienvenida la autocrítica para organizar, como primera medida, la resistencia. Unirnos a partir de las grandes coincidencias y buscar un ámbito común para dirimir las diferencias. Lo que se debe evitar a toda costa es el sectarismo. Bien lo explicaba Juan Perón en Conducción Política (1952): “El sectarismo es el primer enemigo de la conducción. No se pueden conducir los elementos sectarios. ¿Por qué? Porque cuando llega el momento en que la conducción debe echar mano de un recurso extaordinario, el sectario dice: “No, ¡ésa es una herejía para el sectario! Entonces, los métodos y recursos de la lucha se reducen a un sector tan pequeño que presentan una enorme debilidad frente a otros más hábiles que utilizan todos los recursos que la situación les ofrece para la conducción. Por eso el sectarismo es la tumba de la conducción en el campo político.” 
Si algo aprendí en estos años —justamente por haber incurrido en el error del sectarismo— es, justamente, su absoluta inconducencia. Los grupos que adolecen de esta visión (rígida, hiperracionalista, abstracta, pero que opera casi como un molde prefabricado) rechazan e impugnan todo aquello que no “encaja” en su esquema. Prefieren la inmutable quietud del mundo de las ideas a la insoportable tarea de desandar el caos imprevisible que supone la militancia. Con el tiempo aprendí a desconfiar de los que pontifican desde un purismo irreal para “señalarnos” el camino del “bien hacer”, de esos eternos centinelas de la “moral militante” y del “deber ser” que nos previenen de los “desvíos” y las “defecciones”. Aprendí a detestar los planteos de las vanguardias; de aquéllos que reducen la acción política a la determinación de un grupo de esclarecidos —histórica y moralmente— y buscan reemplazar el protagonismo de los pueblos. A ellos, justamente, les dedico las mismas palabras con las que, allá por el 2003, el Subcomandante Insurgente Marcos se despidiera en la segunda posdata de una carta dirigida a la ETA (organización político-militar vasca Euskadi Ta Askatasuna): “Tal vez sea ya evidente, pero como quiera lo remarco: también me cago en las vanguardias revolucionarias de todo el planeta”.

Maximiliano Mendoza.
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* Obviamente no conozco la opinión de este compañero sobre Podemos, pero creo que es indiferente, me interesa su reflexión central.

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