En el pueblo hay un loco que por las mañanas suele apostarse en el sector sombreado de la plaza, a la izquierda de la carnicería, detrás de la fuente.
En su tiempo fue un hombre muy sensato y apasionado por la justicia.
Con el tiempo, de tanto denunciar las cosas que le parecían mal y no ser escuchado, comenzó a pensar que se imaginaba cosas, que su realidad era pura fantasía.
Así, se convenció de su locura.
Ahora, discute con sus sombras sobre lo humano y lo divino, mientras que en la parte iluminada de la plaza, los buenos vecinos se dejan alumbrar por la luz que conviene a cada día.
Desde lo alto de un risco, el ubicuo pastor vigila que nada altere la línea que dibuja con meridiana precisión la frontera entre normalidad y locura.
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Que bueno...y quien no se ve reflejado en ese hombre, quien no se ve así con el paso del tiempo...
ResponderEliminarEs difícil bordear la línea de sombras.
ResponderEliminarSaludos,
Gonzalo.